jueves, febrero 05, 2009

¿Por qué lloras papá?


La madrugada del domingo encendí la tele, esperaba ver la final del Abierto de Australia, en vez de eso, vi un espectáculo que me sorprendió. Vi el llanto de un campeón en medio de 15 mil personas que repletaban el Rod Laver Arena de Melbourne. Lloraba descontrolado, avergonzado y rabioso. Traté de pensar qué es lo que le había pasado al otrora estoico tenista suizo. Seguro recibió una mala noticia justo cuando jugaba la final, algún accidente, algún familiar o amigo que habia pasado a mejor vida, alguna enfermedad, su retiro anticipado, en fin, esos hechos que superan hasta al más fuerte de los corazones y los destruye más fácil que al papel. Para mi sorpresa no era nada de eso. Mas bien, el joven Rafa le había arrebatado de sus manos otro record que él consideraba prácticamente suyo. Nuevamente el infante español le había pegado una bofetada y lo había arrastrado hacia la realidad, diciéndole con ello que ya no es el mejor. Así pasó con Wimbledon, Roland Garros y los Juegos Olímpicos.

Es cierto, Federer quería alcanzar el record de Sampras al obtener su Grand Slam N°14 y eso bien merece algunas ténues lágrimas de impotencia y frustración. Pero yo tengo otra teoría. Federer lloró de rabia. Rabia porque está cansado de que el mismo niño le siga poniendo el pié encima cuando quiere, en los torneos más importantes, diciéndole al resto que sí es posible vencerlo, poniendo de manifiesto que el físico es superior a la buena técnica. Rabia porque su impotencia es tal que Nadal no sólo le afecta en lo tenístico, sino que también en el ámbito psicológico; provocando que ingrese a la cancha nervisioso, asustado y poco optimista, tal como le sucede a los segundones con los grandes jugadores. Está cansado de no ser el rey, no obstante merecérselo.

Las lágrimas de Federer sólo las entienden los deportistas, los que se han dedicado por largo tiempo a jugar en un club, en su empresa o colegio, donde ha compartido con archirivales a los que siempre han tenido que enfrentar. Son esas piedras del camino que uno quisiera que no existieran, porque de ser así, nosotros seríamos los mejores, los campeones, nosotros estaríamos recibiendo los premios, los aplausos y los cheques.

Tal como un niño cuando ve llorar a sus padres, Nadal miraba a Federer sin entender qué sucedía. A veces los padres lloran por cansancio, por aburrimiento y los hijos pequeños no sabrán jamás que esas lágrimas eran por ellos. Esa mirada tenía Nadal. La del niño inocente que no tiene idea de nada, pero que por instinto abraza al papá para consolarlo.

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