viernes, julio 06, 2012

Enemigo íntimo


Entre toda la desilusión y tristeza que provoca el caso de Cristián Precht es posible distinguir algunas luces de humanidad.


La Iglesia Católica chilena está cumpliendo a cabalidad su compromiso de transparentar los casos de abusos sexuales, sin importar el prestigio o renombre de los autores implicados. 


Pero no nos equivoquemos.  Aunque los obispos e investigadores estén demostrando una frialdad increíble al dar nombres y reconocer culpabilidad, lo cierto es que con cada acusación o sospecha que se levanta nuestra Iglesia se resiente y nuestros religiosos sufren el dolor de una herida que llevarán hasta sus últimos días.


Los religiosos suelen compartir muchos años de sus vidas.  Años de formación fuera de sus hogares, el desapego  de sus familias y las dudas propias de la juventud.   Una vez destinados, muchos de ellos no se ven más, pero otros mantienen sus lazos e ingresan juntos al mundo de las parroquias, los colegios, el apoyo al mundo sindical y universitario o a la jerarquía de la Iglesia y, si el destino así lo quiere, muchos incluso morirán juntos por causas revolucionarias, el hambre o la misión evangelizadora en lugares lejanos.


Lo más probable es que detrás de las estoicas declaraciones del Arzobispo Ezzati y el jesuita Gidi se esconda una pena inmensa al apreciar a su hermano Precht desnudo frente al mundo y manchado por la debilidad humana.  


¿Esta compasión nos debiera extrañar? Creo que no. Todos hemos vivido la experiencia de alguna oveja negra dentro de nuestra familia, que un día cualquiera nos sorprendió con una noticia estremecedora.  Por qué lo hizo.   Qué le pasó.  Él no era así.  Qué mal espíritu lo poseyó.  Son algunas de las preguntas que nos hacemos.  Sin embargo, a este individuo malvado y descarriado no lo hemos abandonado, no lo hemos dejado de apoyar aunque haya cometido el peor de los errores. Para eso está la familia, para eso están los hermanos.


Un segundo hecho que hay que destacar a propósito del caso Precht es su defensa legal.  Un sacerdote ubicado en las antípodas de la ideología política del acusado decidió defender lo que parece indefendible.  El mediático y polémico padre Raúl Hasbún, abogado eclesiástico, tomó el caso en lo que fue un baño de agua fría para los nostálgicos de izquierda y los moralistas extremos de derecha.  ¿Cómo dos enemigos acérrimos se unen, se defienden, entran en sintonía?


La respuesta es sencilla, aunque no tanto para los que no han vivido la experiencia de la fraternidad.  Este es un término que a muchos revoltosos no les sirve, porque les rompe sus esquemas de lucha, odios y rivalidades, desde donde alimentan sus causas.


El padre Raúl Hasbún asume la defensa de su hermano en la fe, un vínculo que supera las luchas políticas y sociales.  Un vínculo que los religiosos siembran, trabajan y atesoran hasta el día de sus muertes.    

Qué importancia tiene para ambos religiosos que uno haya acogido a los perseguidos políticos del régimen militar y el otro haya defendido al gobierno autoritario.  Sencillamente ninguna.  Y no es porque ambos hayan borrado de un plumazo sus historias de vida, sino porque para ellos el vínculo fraterno es infinitamente superior a la simple fidelidad política.

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