lunes, febrero 11, 2008

Zapatos de la vergüenza

Me habían contado algo del Emporio de la Rosa, de sus ricos helados y del buen estilo de su entorno. Efectivamente,no es precisamente el lugar donde los esforzados obreros de la construcción ni las nanas del barrio alto se sentarían a disfrutar un café. Mas bien es un espacio delicado, esencialmente público por su ubicación y el último lugar que yo buscaría para una cita secreta. En el par de horas que estuve en este lugar, vi ejecutivos, abuelitas distinguidas, mujeres modernas, jóvenes románticos, pero también muchos homosexuales residentes del barrio, pelolais de vacaciones y algunos poquemones más refinados. Un lugar muy heterogéneo.

Llegué a esta reunión, convocado por una gran amiga, una morenaza ( con todo respeto), una diva que ocasionó la envidia de mis compañeros ruccanos allá por los años 1995 y siguientes. Psicóloga, distinguida y con melena, por lo tanto, coqueta, valiente y audaz, ( según mi teoría). Poseedora además de otro atributo que la marca como aquellas mujeres que no pasan desapercibidas. No lo menciono expresamente porque no es mi estilo, pero tampoco lo puedo omitir porque sería faltar a las normas básicas de observación de todo periodista. El que sabe sabe y el que no, tendrá que imaginárselo.

De todos los admiradores que ella tuvo cuando éramos estudiantes, hubo dos que fueron los presidentes de su fansclub. Ambos estábamos sentados en esa pequeña mesa. Un chocolate caliente, un jugo natural, un trozo de torta, un pancito con jamón y queso. En ese sentido parece que nada había cambiado mucho, seguíamos tan sanos como siempre. Ni un cigarro, ni una chelita. Fue una conversación sincera, bien guiada por nuestra anfitriona. Un recuento sincero de nuestras historias, nuestras alegrías, nuestros fracasos. Esas charlas que dejan una tranquilidad en el corazón y que sólo pueden darse con la madurez que da el tiempo, donde aquello que nos provocó desencuentros, hoy nos puede causar risa, donde aquello que nos distanció, hoy nos permite sentirnos más cercanos.

Llegué a este encuentro cojeando. Tengo la mala costumbre de comprarme zapatos baratos y de mala calidad. Prácticamente la planta de mi pié caminaba sobre la misma suela. Qué vergüenza. Si mi madre supiera me castigaría por apretado. Mi caminar al Emporio de la Rosa me recordó mucho a las mandas que suelen hacer a Lo Vásquez, donde para llegar hay que sufrir. Y como toda manda termina en una oración, entonces hice algunas. Una por mi amigo, para que la vida le entregue otra oportunidad de amar. La otra, para que la anfitriona consolide una relación que se vislumbra del todo positiva . Por último, pedí fuerzas para poder volver a mi casa y hacerme la idea de tener que gastar 40 lucas en un par de zapatos. ¡Qué desdicha!

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