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Creo que éste es el caso de Ronaldo, quien a pesar de no estar ajeno a las polémicas de un personaje de su popularidad, no tuvo problemas en disculparse cuando fue necesario y siempre tuvo buena disposición para una entrevista, un autógrafo y frente a una crítica.
Las lágrimas de Ronaldo al despedirse del fútbol hablan por sí solas. Un hombre que llora ante el mundo, es un hombre al que se le puede creer. Es un hombre que no necesita decir nada para transmitir lo que le pasa. Pero sobre todo, en el caso de este notable futbolista, sus lágrimas dejan claro que el cariño que Brasil y el mundo entero le entregaron fueron parte importante de la energía que le permitió llegar a la cima del fútbol mundial.
Me hubiese gustado que Marcelo Ríos a lo largo de su carrera hubiese demostrado algo más de empatía con su público y con el mundo que lo aplaudía. Me hubiese gustado comprobar que era capaz de llorar al igual como lo hizo cuando tocaron su sensible corazón de adolescente con una pregunta sobre su relación de pareja.
Me gustaría pensar que a Ríos le dolió alejarse de su gente, de las canchas y de los triunfos. Pero no fue así. Con todo lo que me gusta el tenis y admiré al Chino, me atrevería a decir que su infinita incapacidad para sintonizar con otras sensibilidades que no sean las de él mismo o las de su familia, jamás hubiesen permitido deslizar siquiera una lágrima por su mejilla.
Hoy miro con envidia a los Brasileros, porque en las lágrimas de Ronaldo, se puede distinguir claramente a un deportista que jugó siempre con su gente en el corazón y esto, para un humilde deportista como yo, es el mejor regalo que estos deportistas de elite nos pueden entregar.
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