No
nos dejemos engañar. El hecho central sucedido en La Araucanía, específicamente en la localidad de Vilcún, es un
delito de connotación terrorista que tuvo como consecuencia la muerte de dos
adultos mayores quemados vivos en la noche por un grupo de
encapuchados.
Perder
la perspectiva de los hechos, atenuando la gravedad de lo sucedido, sólo irá en
beneficio de la violencia y el amparo de los antisociales, que trabajan mucho
mejor cuando la confusión y la división se apodera de la sociedad. Por el contrario, si reaccionamos unidos, los
dejaremos al descubierto, aislados y sin red de protección.
En
este sentido, es importante tener presente que ninguna causa, por noble que
sea, sirve para justificar este asesinato.
Enarbolar la bandera mapuche en el caso Luchsinger–Mckay o el de otros
tantos horrendos hechos delictivos, lo único que provoca es ofender la historia
mapuche y echar por la borda todo el esfuerzo que gran parte de sus integrantes
realizan para integrarse con dignidad a nuestra sociedad.
El
mensaje que debemos enviar firmemente a los terroristas que han hecho de la
Araucanía su centro de operaciones, atacado escuelas, arrasando plantaciones y
maquinarias de trabajo e incluso incendiado las casas de varios lonkos, es que
la causa mapuche es de todos los chilenos y que en sus manos esta causa se
degrada, se confunde y pierde legitimidad.
Por
lo anterior, no podemos ser condescendientes con estos delincuentes porque su
estrategia es esencialmente egoísta y engañosa.
Hacen suyas nobles banderas de
lucha, infiltrándose en sus organizaciones de base, disfrazados de
pseudointelectuales e hipnotizando a muchos de sus integrantes. Luego, cuando se dan cuenta que el diálogo
prende más que la violencia, se desmarcan para cumplir por su propia cuenta el
sueño que siempre han tenido y que le da sentido a sus vidas: luchar luchar y
luchar.
Pero
desde la mirada del desarrollo humano y perspectivas de
un mejor bienestar, hay un tema que sí es muy delicado y que debiera ser prioridad en la
causa mapuche. Entre los pobres de
Chile, nuestro pueblo mapuche ocupa uno de los primeros lugares. Esto no lo podemos permitir. En un país que avanza a pasos agigantados
hacia el desarrollo, no es justo que ellos queden atrás. Para cambiar esta realidad, necesitamos crear
las mejores condiciones de diálogo, participación, emprendimiento e inclusión social
en toda la zona de La Araucanía, lo que sólo será posible en un plano de
seguridad y respeto a la ley.
En
este contexto, la reacción firme del Gobierno es proporcional a la urgencia con
la que se debe actuar. Es fundamental evitar que La Araucanía se transforme en un bastión
impenetrable de vandalismo, lo que irremediablemente actúa como imán de la pobreza,
la desconfianza y el subdesarrollo.
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