En tres semanas hemos presenciado la agonía de Yangon en Myanmar, Jiujiang y Ruicheng en China y Chaitén en Chile. Y esto quizás sea lo más triste. El ser humano construye sus vidas y forja relaciones humanas en un contexto, dentro de ciertos límites, una calle, un parque, una montaña, un río, el negocio de la esquina, la playa, en la población con el vecino tanto, el perrito del barrio, los dulces de doña Clarita, el pan de don José, la ropa de la tienda del centro, el colegio de la infancia, la marca de amor dejada en el asiento del parque…la casa, el hogar. El lugar donde nació mi padre, mi madre, donde crié mis hijos, la cocina donde hice los almuerzos, el jardín donde se plantaron las rosas, la pieza que con tanto esfuerzo construí. En definitiva, la vida misma.
El hecho concreto es que hoy, a miles de kilómetro de Chile, también hay cientos de seres humanos que están abordando autos, camiones y barcos para abandonar su cuidad natal e irse a vivir a otro lado. Y aunque la proporción del daño, muertos y desaparecidos en Asia sea abrumadoramente superior a Chaitén, la intensidad del dolor es igual. China, Myanmar y Chile han visto desaparecer tres pequeños mundos. Roguemos para que los sueños y anhelos de nuestros compatriotas y hermanos asiáticos sigan intactos, porque donde hay sueños suelen resurgir las
realidades.
1 comentario:
Bonita reflexión hermano. Gracias.
Publicar un comentario