martes, febrero 12, 2013

Un Papa que marcó diferencias



La renuncia del Papa Benedicto XVI no nos debiera sorprender.  Los más importantes vaticanistas comentaban, desde el momento mismo en que fue elegido, que su mandato sería sólo de transición.  Desde luego, en tiempos vaticanos, 8 años es poco, pero lo suficiente para dejar un legado muy importante.


Lo cierto, es que al Papa nunca se le vio muy cómodo en su rol.  Sabiduría le sobraba, pero le faltaba esa cualidad que hoy gusta tanto a la gente y por la cual perdonan, olvidan y suben hasta los altares: la simpatía.  En este sentido, Juan Pablo II se movía como pez en el agua entre líderes mundiales, reuniones, asambleas y cámaras de televisión.  Era un papa para el mundo de la globalización.  Benedicto XVI, en cambio, jamás pudo abandonar su perfil intelectual.  Él fue y será siempre el asesor perfecto, el autor intelectual de las grandes orientaciones y propuestas de la Iglesia Católica.


En una sociedad donde el poder es un tesoro tan apreciado, la renuncia de Joseph Ratzinger es un tremendo ejemplo de humildad.  Aquella humildad propia de los hombres sabios, que reconocen sus fortalezas y debilidades y que tienen siempre presente el bien común.   Lejos del perfil de hombre duro con que se le conocía, durante su Pontificado pudimos descubrir a un hombre sencillo, mas bien tímido y bastante  dispuesto a aceptar las particularidades del mundo moderno.


Sin embargo, lo que no decía con sus palabras, sí lo  plasmó en sus conductas y decisiones.  Benedicto XVI tuvo la enorme responsabilidad de asumir luego del fallecimiento de uno de los Papas más populares de la historia, lo que implicó trabajar con una cuota de presión adicional que manejó a la perfección.  Benedicto XVI no titubeó al momento de marcar diferencias respecto a su antecesor.


Por lo pronto, el mismo hecho de su sorpresiva renuncia habla de una forma distinta de concebir el sentido del deber.  Mientras Juan Pablo II se mantuvo en el Vaticano hasta el final de sus días, en medio del dolor, el cansancio y la agonía, ofreciendo sus últimos latidos a la misión encomendada, Benedicto XVI, nos muestra una dimensión más práctica y realista del ejercicio del mandato, si se quiere, una visión estratégica de aquél que está consciente que no hay tiempo que perder y que los tiempos de homenajes y altares vendrán después.

El Papa también tuvo la valentía de enfrentar los terribles casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, colaborando en transparentar nombres, hechos, y sanciones, marcando también la diferencia con el papado anterior, donde el tema se manejó a puertas cerradas. Podríamos decir, de cierta manera, que el ejemplo del sentido del deber, en medio de la agonía y enfermedad de Juan Pablo II tiene su correlación en la cruz que debió llevar Benedicto XVI durante su gestión, en medio de la vergüenza por los delitos cometidos por sus hermanos en la fe.


Finalmente, este Papa también será recordado por haber acercado a las dos sensibilidades espirituales que conviven dentro de la Iglesia; la conservadora, que acompañó a Juan Pablo II y la liberal, que tuvo más cabida con el Papa actual.   A través de los nombramientos de cardenales, otros cargos jerárquicos y vocerías pudimos ver que para este Papa todas las espiritualidades tienen algo que aportar.


Tal como nos sorprendió con su renuncia y la apertura de su cuenta  twitter, Benedicto XVI nos permitirá observar cómo se despide a un Papa en vida.  Aquí también marcará diferencia con Juan Pablo II, mientras el Papa viajero nos conmovió con una partida llena de nostalgia, reflexión y silencio, el Papa intelectual nos invitará a un adiós con más aroma a mundo real que a celestialidad.   Un papa que un día estuvo embestido con anillo, báculo, escudo y palio, caminará nuevamente entre nosotros como el más sencillo de los religiosos, como un ex papa.  Qué mejor símbolo de humildad que éste.  


La Santa Sede tuvo poco tiempo a Benedicto XVI,  pero durante su período hizo lo que tenía que hacer.  Por lo pronto, su renuncia, más que un final habla de un punto de partida para nuestra Iglesia, porque como todo buen intelectual Joseph Ratzinger sabe que la renovación es parte de las vida de las instituciones y que ya era momento de dejar lugar a un liderazgo más joven y audaz, uno que se atreva a mirar sin temor al mundo de hoy.

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