lunes, mayo 19, 2008

Desaparición de tres pequeños mundos

Las noticias internacionales nos han mostrado en los últimos días dos desastres naturales de proporciones. Uno de ellos en Myanmar, país asiático conocido como Birmania hasta 1989. Allí el ciclón Nargis arrancó techos de viviendas, hoteles, escuelas y hospitales, provocando la muerte de 38.491 personas, más 1.403 heridos y 27.838 desaparecidos. Por otro lado, China fue azotada por un terremoto grado 7.8 grados en la escala de Richter, dejando un saldo de 32.000 muertos. Las cifras de desaparecidos en la catástrofe de Chaitén es 0, las personas fallecidas es 1. Números que no admiten comparación frente a la mortandad de nuestros amigos asiáticos. Sin embargo, hay elementos que acercan estas doloras realidades.

En tres semanas hemos presenciado la agonía de Yangon en Myanmar, Jiujiang y Ruicheng en China y Chaitén en Chile. Y esto quizás sea lo más triste. El ser humano construye sus vidas y forja relaciones humanas en un contexto, dentro de ciertos límites, una calle, un parque, una montaña, un río, el negocio de la esquina, la playa, en la población con el vecino tanto, el perrito del barrio, los dulces de doña Clarita, el pan de don José, la ropa de la tienda del centro, el colegio de la infancia, la marca de amor dejada en el asiento del parque…la casa, el hogar. El lugar donde nació mi padre, mi madre, donde crié mis hijos, la cocina donde hice los almuerzos, el jardín donde se plantaron las rosas, la pieza que con tanto esfuerzo construí. En definitiva, la vida misma.

El hecho concreto es que hoy, a miles de kilómetro de Chile, también hay cientos de seres humanos que están abordando autos, camiones y barcos para abandonar su cuidad natal e irse a vivir a otro lado. Y aunque la proporción del daño, muertos y desaparecidos en Asia sea abrumadoramente superior a Chaitén, la intensidad del dolor es igual. China, Myanmar y Chile han visto desaparecer tres pequeños mundos. Roguemos para que los sueños y anhelos de nuestros compatriotas y hermanos asiáticos sigan intactos, porque donde hay sueños suelen resurgir las
realidades.

jueves, mayo 08, 2008

No hay edad para hacer deporte


Dos abuelitos de aproximadamente cien años participaron en la Maratón de Santiago. Es probable, que más que correr hayan caminado y más que preocuparse de disminuir sus marcas, hayan concentrado sus fuerzas en participar, ponerse las zapatillas y salir a la calle. Este ejemplo debiera servirnos para reflexionar respecto al lugar que ocupa la actividad física en nuestra vida cotidiana.


A menudo se conversa sobre el sedentarismo con resignación, incluso con prejuicios y subestimación. Resignación, porque pareciera que el tiempo para dedicar al ejercicio siempre fue ayer, “no lo hicimos en su momento y ahora ya es muy tarde”; como si hubiera una fecha de caducidad para mover nuestro cuerpo. Prejuicios, porque se piensa que hacer actividad física es sinónimo de perder el tiempo, reservado sólo para el que tiene dinero o para el que rinde culto a su cuerpo y ha perdido el sentido de su vida. Subestimación, porque si se hiciera un ranking de aquellos hábitos que debiéramos reivindicar en nuestras vidas, es probable que primero aparecería el cambio en nuestra dieta alimenticia, más horas de sueño, más comunicación con los hijos y el aumento de la lectura. Pero a pesar de aquello, cada vez son más los estudios científicos que señalan que el ejercicio físico mejora el bienestar individual y social y reduce la ansiedad y la depresión, lo que inevitablemente permitirá que nuestras relaciones laborales y afectivas con nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo sean realmente positivas.


Un hombre de 103 años y una mujer de 94 caminaron animadamente por la Alameda junto a 12.000 atletas. ¿A alguien le cabe alguna duda de que cruzaron la meta? Lo cierto es que al ponerse sus zapatillas y su número de inscripción en la espalda los hizo acreedores de un lugar glorioso en el podium de los triunfadores y la meta fue traspasa con creces.

Burla con alevosía

Más de alguna vez tuvimos ganas de decirle un par de “cosas” a nuestros profesores. A lo mejor, nuestra bronca llegó a tanto que en nuestra imaginación hasta le pegábamos un golpecito. Nos colmaban la paciencia cuando nos retaban por estar copiando, cuando nos ponían un rojo en las pruebas o simplemente por llegar atrasados. No lo podemos negar. Hubo días en que nuestros enemigos más grandes fueron algunos profesores. Pero esto que podría formar parte de la niñez, de la tradición escolar o el imaginario colectivo de una etapa de nuestras vidas, ha sobrepasado la barrera de la fantasía y se ha transformado en realidad. Los medios de comunicación mostraron hace algunos días cómo un grupo de jóvenes agredían físicamente a un profesor en su propia clase y frente a todos sus compañeros. Pero la tortura no llegó hasta ahí, además de violentar físicamente al profesional hicieron polvo su honra al subir a Internet el momento mismo en que efectuaban su ataque.

Al ver la imagen borrosa del profesor amarrado en la silla, tratando de desatarse, rodeado de esos jovencitos, burlándose y brincando a su alrededor como desequilibrados, seguramente pasaron por nuestras mentes los rostros de muchos de nuestros profes. Nadie tiene derecho a violentar gratuitamente a ninguna persona, ni a ocultarse cobardemente tras el perfil de un joven inmaduro, pobre, rico, escolar, adolescente o loco. El profesor está obligado a enseñar sin discriminar y no tiene ningún estatuto administrativo, tratado internacional, ni tribunal especial dónde reclamar y hacer efectiva una sanción contra los que sin razón le insulta y agraden. Por otro lado, niños y jóvenes se escudan tras las políticas públicas mal entendidas y normas que resguardan su identidad y los hacen inimputables.

Este es un tema complejo de tratar. Respecto a los menores agresores podríamos hablar de los problemas de conducta, libertinaje, responsabilidad de los padres, de los medios de comunicación, pérdida de valores, historias de vida, falta de oportunidades, etc. Respecto a lo profesores, podríamos mencionar la problemática remuneracional, condiciones de infraestructura para trabajar, su desmotivación, su oposición al Sistema de Evaluación Docente, su vocación de servicio y la importancia que han desempeñado en la historia de cada uno de nosotros. Podríamos hablar de tantos temas que influyen en la relación profesor-alumno en la actualidad , pero será difícil encontrar uno que justifique un hecho como éste. No importa la generación en que estemos, ni el cambio en los conceptos de libertad, no importa la amplitud del catálogo de derechos universales, ni la condición económica o cuán dura ha sido la vida. No hay razón alguna para burlarse así de un profesor y menos para burlarse con alevosía. Porque al haber subido estas imágenes a Internet bien podría compararse este hecho al delito de robo con violencia, donde el delincuente además de sustraer un objeto ajeno, no contento con ello, atenta físicamente contra la víctima. Solo que en el caso del profesor, lo más probable es que quede sin defensa y el agresor esté sentado en su sala de clases riéndose y planeando su próxima tallita.