Cuando año tras año las encuestas nos alertan sobre la crisis de participación existente entre
nuestros jóvenes, la primera pregunta que nos hacemos es qué les pasa a estos
chiquillos que no están ni ahí con nada.
Sin embargo, y como casi todas las respuestas referidas a
nuestros jóvenes y adolescentes, la
explicación hay que buscarla en la familia.
Los padres de hoy son incapaces de resistir la presión social que obliga a criar a niños y
niñas exitosos y con las herramientas necesarias para enfrentar un mundo
exigente, donde el slogan es sálvese quien pueda. La embestida de este mensaje es tan potente
que no hay contexto social que sea capaz de contenerlo y lentamente va guiando
las conductas adoptadas por los padres al educar a sus hijos.
Lo verdaderamente cruel de esta consigna es que ha creado la
imagen del niño ideal que debe aprender inglés desde pequeño y que debe
familiarizarse rápidamente con las tecnologías de información. El niño debe
aprender un instrumento o participar en el equipo de baby de su colegio. En este contexto, de una u otra forma, todo
lo que aprende implica una retribución, ya sea porque adquiere alguna habilidad
o destreza o porque al final del día recibirá un premio o ganancia.
Así las cosas, este pequeño ser humano es presa fácil del
individualismo y, por lo tanto, candidato seguro a ser un ciudadano
inconformista, envidioso y sin un ápice de compromiso social. Acostumbrado a recibir siempre algo a cambio,
no entenderá jamás por qué tiene que levantare temprano a votar para las
elecciones o cuál es el sentido de entregar un par de horas a la semana para
hacer algún voluntariado. Mucho menos comprenderá por qué no hay que botar un
papel en la calle o por qué no tienen que destruir un parque o un kiosco cuando
quiere exigir algo del Estado.
Los resultados de la 7° Encuesta del Instituto Nacional de
la Juventud (Injuv) entregaron desalentadores resultados respecto al nivel de
participación de los jóvenes, indicando que el 81% está poco o nada interesado
en política. Por otro lado, se acaban de
conocer los resultados del Séptimo Estudio Nacional de Voluntariado que señaló
que a nivel nacional, sólo el 6% de los consultados asegura dedicar tiempo a acciones
de voluntariado.
Es urgente que así como los padres se preocupan de que sus
hijos desde pequeños aprendan un segundo idioma y estén al día con las
tecnologías de punta, se esfuercen
también porque vayan incorporando el valor de la gratuidad, la participación y
la responsabilidad social, lo que implica ir un poco más allá de la integración
en grupos deportivos, cursos formativos y experiencias que impliquen algún tipo
de retribución personal.
Ayudar por ayudar.
Ayudar sin esperar nada a cambio.
Dar la mano al que más lo necesita o
participar para construir un país mejor.
Poner los talentos al servicio de los demás. Ponerse en el lugar del prójimo. Estos son los mensajes que hay que inculcar
desde pequeños. Es cierto, es un
entrenamiento complejo en el mundo actual, pero sin duda, si los papás y mamás
enseñan con su propio ejemplo, verán que con la misma facilidad con que un niño
aprende las canciones en inglés o genera
su perfil en facebook, asimismo, aprenderá a encontrar sentido a la
participación y la gratuidad.
No estoy muy de acuerdo con el dicho “La mejor herencia que
le puede dejar un padre a su hijo es la educación”. Yo diría más bien que la mejor herencia que
le puede dejar es aprender a gozar de
las cosas sencillas de la vida, entre ellas, ayudar sin esperar nada a cambio.