Como sucede en muchos
aspectos en la formación de un joven, la actitud de los padres frente a la vida
repercute directamente en la manera como los hijos se enfrentan a la sociedad.
En este tema yo diría
que hay dos caminos que son importantes diferenciar: el que entrega libertad y
el que condena al resentimiento. El primero,
implica enseñar a los hijos que a las personas e instituciones se les trata con
respeto, aunque no estemos de acuerdo
con lo que piensan o hacen. La crítica
se podrá expresar de manera clara y firme, pero sin violencia. Esta opción permite que los hijos no se
cierren en absolutos llenos de prejuicios y les dará la posibilidad en el futuro de formar
sus propias opiniones.
La segunda opción, la
del resentimiento, rodea a los hijos de una camisa de fuerza de la que
difícilmente podrán salir. Los encierra
en prejuicios y nebulosas que les impedirán ver la realidad aunque ésta les
toque la punta de la nariz. Esta es la
educación basada en constantes descalificaciones, envidias, culpas, baja autoestima,
violencia y la certeza que la responsabilidad siempre la tiene otro.
Que un papá o una mamá, diga que todos los jueces son corruptos o
que todos los políticos son unos sinverguenzas.
Que todos los curas son pedófilos, los pacos asesinos, los profesores
ineptos, los empresarios aprovechadores y
los pobres ladrones, todo esto no es indiferente para los hijos. De una u otra manera, su referente de vida
les transmite mensajes que van guardando consciente o inconscientemente y que
el día de mañana activará en ellos ciertas actitudes.
Cuando pequeño mi
familia nunca habló mal de las fuerzas armadas, ni de la iglesia y mucho menos
de los políticos. Esto no impedía que en algunos casos la crítica fuera severa, pero respetuosa,
lo que me permitió distinguir caso a caso y juzgar en su mérito a las personas. Pero lo más importante de todo, me permitió juzgar por mí mismo los hechos,
sin ataduras ni prejuicios.
Esto jamás será posible
para un joven enredado entre la rabia y resentimiento de sus padres. Aunque las personas e instituciones cambien, para él siempre serán la personificación de la
maldad y la explotación. Aunque pidan
perdón, nunca será suficiente. Aunque sus demandas sean escuchadas él siempre
encontrará un pero para que la lucha no se acabe. Ese joven creció esclavizado por la
intolerancia e irreverencia de sus padres.
Que no nos extrañe que
en la última encuesta del Injuv la mayoría de nuestros jóvenes haya expresado
que no saben ni siquiera cómo elegimos al presidente y que no les interesa participar en las próximas elecciones. Sus chips ya vienen con la memoria llena y
fue programada por sus progenitores.
Usted papá, usted mamá,
que tiene hijos pequeños y que está empezando a educarlos, no los esclavice, no les regale odio ni
resentimiento. No les pido que le
mientan, sólo que le hablen con respeto de los demás. No ayude a crear personas encapuchadas ni
tercas…más bien ayúdenos a tener jóvenes valientes, pero sensatos.