miércoles, julio 01, 2009

Una resignación histórica a no recibir el cariño que se merecen

La semana pasada celebramos el día del padre. En las familias, los colegios, instituciones y empresas en general saludaron a los papis con los más diversos regalos y demostraciones de cariño.


Pero la realidad de muchos padres no es tan feliz. El caso de aquellos hombres privados de libertad, o los que viven a diario la culpa de no haber enfrentado con valentía la paternidad, son casos tristes y lamentables. Y existe también la percepción de que el caso del padre chileno común y corriente, el trabajador, esposo y amigo, tampoco es tan ideal. Aquel papá que quisiera ver más seguido a su hijo, aquel padre que le toca decir que la plata no alcanza para tal o cual cosa, o que es necesario ajustar el bolsillo; los padres que deben poner los límites o dar los permisos. Aquellos que quisieran encontrar los momentos precisos para entender más a sus hijos y conocer sus secretos. Pareciera que por historia o paradigma social el padre está destinado a vivir su día con menos intensidad.


¡Pero atención! Los padres necesitan tanto cariño como las madres. No nos dejemos engañar. Detrás de la seriedad, la risa, el gesto de asentimiento, de conformidad, de comprensión ante la falta de cariño o el descuido, detrás de la evidente complicidad de los hijos con las mamás, detrás de todo eso siempre habrá un hombre que daría cualquier cosa por escuchar algunas palabras de reconocimiento que hicieran latir su corazón de felicidad.


Educar a los hijos en el cariño paterno es también parte de la formación. Enseñarles que los hombres “también pueden llorar”, es mostrarles que toda persona necesita ser querido, considerado y respetado. Los medios de comunicación podrán hacer su mejor esfuerzo para motivarnos a comprar un buen regalo a nuestros padres, pero todos sabemos que los obsequios que nuestros viejos realmente esperan, sólo los podemos obtener a través de un acercamiento sincero al corazón mismo de aquellos hombres que, con una mal entendida humildad y resignación casi histórica, están acostumbrados a recibir menos de lo que se merecen.