Por estos días Chile se ha transformado en escenografía para una nueva versión del clásico cinematográfico de James Bond, el Agente 007, el súper agente británico con licencia para matar. Los productores de la película han trasladado hasta el norte de nuestro país a gran parte de su elenco protagónico, vestuaristas, maquilladores, directores de fotografía, dobles y un ejército de utileros que se encargarán de transformar a nuestro país en Bolivia. Siempre habíamos escuchado hablar de la magia del cine, la misma que tantas veces nos hizo reír o llorar, la misma que nos ha transportado 10.000 años antes de Cristo o que nos ha hecho vivir las aventuras de Tierra Media. Hasta ahí no había problema. Pero cuando nos tocó entregar un pequeño aporte a esa magia, nos cambió la cara y ahora ya no la encontramos tan entretenido.
Se han preguntado la cantidad de veces que hemos visto una película creyendo que estamos en los Alpes Suizos, cuando en realidad la imagen está grabada en los Alpes austriacos, franceses o italianos. O las oportunidades en que nos han dicho que las imágenes son del Desierto del Sahara cuando en realidad es el de Nigeria, el de Kalahari o Gobi. La inmensidad de ocasiones en que se supone que estamos rodeados de los hielos del Polo Norte y la verdad es que es un Lago congelado en Suecia, Noruega o Finlandia. Hay dos aspectos que los países han considerado para no llegar a las ofensas o a las armas cuando el cine muestra algo que no es. En primer lugar, la aceptación de que el cine tiene la licencia de cambiar realidades, identidades y paisajes para crear mundos que de otra manera sólo hubiesen quedado en nuestras mentes. Y, en segundo lugar, la concepción pragmática de que el cine donde pone sus pies deja alguna ganancia.
Si queremos ver a Chile próspero, exitoso y moderno, debemos aceptar la diversificación de sus fuentes de recursos. Es necesario ser visionario, innovador y abierto a las múltiples posibilidades de desarrollo que entrega el mundo de hoy. Una de ellas es el cine. No seremos los primeros exportadores de películas, pero bien podríamos trabajar para aprovechar nuestros variados paisajes y transformarlos en escenarios apropiados para muchas historias. La pregunta es, en situaciones como esta ¿hay lugar para tontos nacionalismos?, pareciera que no.