
Se han preguntado la cantidad de veces que hemos visto una película creyendo que estamos en los Alpes Suizos, cuando en realidad la imagen está grabada en los Alpes austriacos, franceses o italianos. O las oportunidades en que nos han dicho que las imágenes son del Desierto del Sahara cuando en realidad es el de Nigeria, el de Kalahari o Gobi. La inmensidad de ocasiones en que se supone que estamos rodeados de los hielos del Polo Norte y la verdad es que es un Lago congelado en Suecia, Noruega o Finlandia. Hay dos aspectos que los países han considerado para no llegar a las ofensas o a las armas cuando el cine muestra algo que no es. En primer lugar, la aceptación de que el cine tiene la licencia de cambiar realidades, identidades y paisajes para crear mundos que de otra manera sólo hubiesen quedado en nuestras mentes. Y, en segundo lugar, la concepción pragmática de que el cine donde pone sus pies deja alguna ganancia.
Si queremos ver a Chile próspero, exitoso y moderno, debemos aceptar la diversificación de sus fuentes de recursos. Es necesario ser visionario, innovador y abierto a las múltiples posibilidades de desarrollo que entrega el mundo de hoy. Una de ellas es el cine. No seremos los primeros exportadores de películas, pero bien podríamos trabajar para aprovechar nuestros variados paisajes y transformarlos en escenarios apropiados para muchas historias. La pregunta es, en situaciones como esta ¿hay lugar para tontos nacionalismos?, pareciera que no.
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