
Todos hemos tenido alguna vez una relación tormentosa, de ésas que nos alimentan el corazón, pero que también nos van matando un poco cada día. Es la etapa en que ambos saben que a pesar de hacer todo el esfuerzo para volver a tener un proyecto en común, ya nada será igual
Estos episodios están precedidos de acercamientos, conversaciones, nuevos tratos, cesiones, nuevas condiciones, plazos, espacios y privilegios. Pero aún así, no se puede lograr prender la energía que en algún momento iluminó el mismo camino.
En estas relaciones suele suceder que una de las partes no logra desprenderse del vínculo. Los recuerdos del sueño vivido, la nostalgia, el temor a la soledad y el miedo a no encontrar a alguien que llene el espacio vacío, lo vuelven una persona irracional. Con la voluntad apagada y su corazón gastando los últimos cartuchos de amor, esta persona logra prolongar la herida y el dolor de ambos. La otra parte no logra entenderlo y cae en la engañosa red de esperanzas que le ofrecen.
Esta es la relación que teníamos con Marcelo Bielsa. Quizás el amor más apasionado que ha tenido Chile en materia futbolística. Fue una relación que mientras duró, brilló como el sol, pero cuando se enredó, salpicó de incertidumbre y dolor.
Con todo lo hábil, calculador y estoico que parecía, Bielsa también cedió a la tentación del amor que intenta volver a empezar. Sus lágrimas delataron que en esta relación él era el que no se atrevía a dar el paso final que permitiera a todos los chilenos descansar de sus escenas retadoras y misteriosas que no aclaraban su decisión final.
Gracias por dejarnos en libertad señor Bielsa. El fútbol chileno quiere volver a enamorarse, llenar el espacio vacío y volver a encender la llama del amor para retomar el camino de la victoria. Estamos seguros que usted también encontrará un nuevo amor en el cariño de otra nación que deambule sola en busca de su técnico amado. Estamos seguros que pronto lo veremos llevar a un pueblo hasta la cima del fútbol internacional; mientras usa sus encantos para ganarse los aplausos de la gente aunque diga las aberraciones más grandes o insulte a las autoridades de la nación que lo acoge.
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